Hoy, 9 de septiembre, conmemoramos 46 años de un hecho histórico que transformó el rumbo de nuestra nación, forjando un nuevo camino bajo los ideales revolucionarios que aún resuenan en el espíritu de nuestro pueblo. Nos referimos a la Insurrección de septiembre de 1978, una acción armada decisiva liderada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en la cual el pueblo nicaragüense se levantó valientemente contra la dictadura somocista.
Este levantamiento popular, que abarcó las principales ciudades de Chinandega, León, Estelí, Masaya y Managua, fue un momento clave en la lucha por la liberación nacional, siendo en estas localidades donde el pueblo, organizado y dispuesto a sacrificarlo todo, dio un golpe contundente al régimen somocista.
El 9 de septiembre de 1978, la ciudad de Estelí, conocida por su espíritu indomable, se convirtió en la primera en ser testigo del amanecer de la insurrección popular que sacudiría al país y se convertiría en un momento clave en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza, levantándose en armas bajo la dirección del Frente Norte, liderado por el comandante Francisco Rivera.
La rebelión en Estelí no fue un hecho aislado; simultáneamente, otras ciudades bastiones de resistencia y centros estratégicos en la lucha revolucionaria, se alzaron en armas contra el régimen somocista, tales como León, Chinandega, Masaya y Managua, que se convirtieron en escenarios de intensos enfrentamientos, donde la insurrección popular tomó fuerza.
En cada una de estas ciudades, la insurrección tomó formas únicas según las características de su población y geografía. En León, una ciudad histórica de lucha estudiantil y obrera, el levantamiento fue alimentado por una larga tradición de resistencia política y una organización popular fuerte. En Chinandega, las masas campesinas y trabajadoras se alzaron en respuesta al llamado del FSLN, y Masaya, conocida por su espíritu rebelde y su intensa cultura popular, fue un hervidero de resistencia, donde los barrios enteros se movilizaron, sumando sus fuerzas a los combatientes armados que ya operaban en la región.
Aunque la insurrección fue planificada y dirigida por las fuerzas del FSLN, lo que la hizo verdaderamente poderosa fue la participación masiva de la población, donde hombres mujeres, jóvenes y ancianos sin importar su clase social o condición, se armaron con fusiles, machetes o cualquier herramienta disponible para asestar un golpe a la dictadura somocista, que por décadas había oprimido al pueblo nicaragüense con violencia, injusticia y represión.