Un Sacerdote entre la Fe y la Revolución: Historia de Gaspar García Laviana

El 11 de diciembre de 1978, Nicaragua perdió a un hombre cuya vida y obra trascendieron fronteras: Gaspar García Laviana, el cura guerrillero y líder religioso, símbolo de esperanza, justicia y lucha por los derechos de los más desfavorecidos

Nacido entre las montañas de Asturias, España, en el hogar de una familia minera, su existencia estuvo marcada por la vocación de servicio y el sacrificio desinteresado. En 1966, se consagró como sacerdote en la orden del Sagrado Corazón, tomando como su misión no solo predicar la fe, sino encarnar la justicia y llevar consuelo a todos los rincones del mundo.

Tres años después, en 1969, llegó a Nicaragua como misionero, tomando las parroquias de San Juan del Sur y Tola como sus trincheras de amor y lucha. Allí, encontró un pueblo sumido en la miseria y el analfabetismo, víctimas de la brutal dictadura de Anastasio Somoza García. Ante este panorama desgarrador, García Laviana se convirtió en un defensor incansable de los derechos de los más humildes. Demostró que la fe auténtica no solo consuela, sino que también combate las injusticias, tendiendo un puente entre el cristianismo y la revolución.

Entre las gestas más memorables de Gaspar García Laviana destaca la construcción de una casa comunal en San Juan del Sur, un espacio que representó el compromiso inquebrantable de García Laviana con la organización popular y la dignidad humana.

Con la misma dedicación, impulsó la creación de un dispensario médico en la misma localidad, una obra que cambió radicalmente las condiciones de vida de los habitantes. Este centro de salud brindó atención inmediata, evitando los largos y peligrosos viajes a Rivas, donde muchos enfermos, desamparados por el régimen somocista, perdían la vida antes de recibir ayuda.

Estas iniciativas no solo salvaron innumerables vidas, sino que encendieron en los corazones del pueblo una llama de esperanza y dignidad. García Laviana demostró que la lucha por el bienestar colectivo era tan esencial como la resistencia contra la opresión.

Sus denuncias resonaron como un clamor de justicia en medio de la oscuridad, señalando con valentía la corrupción, la explotación de los más inocentes y la indiferencia cruel del régimen somocista. Estas verdades encendieron la ira de la Guardia Nacional, que veía en él no solo a un sacerdote comprometido, sino a una amenaza para el sistema opresor.

Con el tiempo, su fe en la labor pastoral como único bálsamo para las profundas heridas de Nicaragua comenzó a resquebrajarse, y en el rostro de Somoza descubrió la encarnación de las desgracias que asfixiaban a su pueblo.

En 1977, tomó la decisión de unirse públicamente al Frente Sandinista de Liberación Nacional, un acto precedido por dos cartas cargadas de pasión y convicción: una dirigida al pueblo de Nicaragua, como un grito de esperanza, y otra a sus hermanos religiosos, explicando su compromiso con los oprimidos.

En el Frente Sur, bajo el liderazgo de Edén Pastora, caminó al lado de los suyos llevando en su pecho la cruz de su fe y el fusil de la resistencia, símbolos inseparables de un hombre que supo conjugar espiritualidad y revolución en una lucha incansable por la dignidad de su pueblo.

El comandante Gaspar García Laviana cayó combatiendo en el lugar conocido como “El Infierno” el 11 de diciembre de 1978, siete meses antes del triunfo revolucionario que él mismo ayudó a construir. Ese día marcó un profundo dolor para Nicaragua, pues la vida de Gaspar se apagó en una emboscada traicionera tendida por la Guardia Nacional mientras lideraba valientemente la columna Benjamín Zeledón.

Hoy, su legado perdura en las esferas de la educación superior y la salud gratuita, reflejado en universidades, escuelas, hospitales y bibliotecas que llevan su nombre, sirviendo como un testimonio vivo de su compromiso inquebrantable y su amor por el pueblo, una vocación que trascendió su existencia y se consolidó como un legado perdurable.